Matar a Hipatia en el siglo XXI
Hipatia ya no es una mujer, nunca fue sólo una mujer, sino la representación de que no había razones para la desigualdad. Y por ello la asesinaron.
Hipatia rompió con los moldes de finales del siglo IV y principios del V, y dedicó su vida al conocimiento y a la filosofía. Fue admirada por muchos de sus contemporáneos, pero también despertó las críticas y el rechazo de una parte de la sociedad que veía con temor que una mujer consiguiera ese estatus y, sobre todo, que lo desarrollara en un ámbito público hasta alcanzar una posición influyente.
Hipatia fue asesinada cuando contaba 60 años, lo cual indica que su muerte no fue producto de un enfrentamiento puntual nacido de la crítica a su conducta, sino la consecuencia de un proceso que culminó cuando se entendió que su vida tenía que ser limpiada con su muerte. Con ella se buscó acabar con lo que se entendía que era un problema, y mandar un mensaje a la sociedad para evitar que pudiera servir de ejemplo. En una acción claramente aleccionadora, después del crimen fue descuartizada.
Cuando se llega a una conclusión de ese tipo, el tiempo sólo aporta razones para construir el argumento con el que acabar con el problema. Así ocurrió con Hipatia y su relación con Orestes, que fue entendida como un ataque a los adversarios del prefecto romano, pero no respondieron frente a Orestes, lo hicieron contra Hipatia, porque para ellos el verdadero problema no era la política del prefecto, sino que tuviera a una mujer como asesora.
Si se analizan las circunstancias que envolvieron el asesinato de Hipatia, nos encontramos con tres elementos fundamentales: por un lado, la conducta apartada del rol de mujer en esa época; por otro, la percepción de que dicha conducta perjudicaba a quienes acabaron con su vida y suponía un mal ejemplo; y en tercer lugar, la necesidad de justificar la muerte alrededor de una conducta negat iva, que en el caso de Hipatia pasó por acusaciones de brujería y magia negra, como destaca la investigadora María Dzielska.
Hoy, 16 siglos después, Hipatia ya no es una mujer, pero sigue viva en muchas otras que rompen con los moldes establecidos por unas referencias culturales que continúan distribuyendo tiempos, espacios y roles en función del género, y que, de alguna manera, exponen a las mujeres a la aprobación y crítica del contexto social y de los hombres con los que establecen una relación. Y por ello siguen siendo asesinadas; así de terrible, así de simple.
Y a pesar del tiempo transcurrido desde el asesinato de Hipatia, al analizar hoy, los elementos que envuelven los homicidios consecuencia de la violencia de género, vemos que después de más de 1.500 años siguen siendo los mismos: las mujeres cuestionan y se enfrentan al agresor (casi el 50% de los homicidios se producen alrededor de la ruptura), el hombre percibe que esta conducta supone un ataque o un perjuicio para él (se ve cuestionado públicamente como hombre o «le quitan la casa, la paga y los niños») y la necesidad de justificar la muerte en la propia actitud de las mujeres, que son consideradas como «malas esposas, malas madres o malas mujeres» (nunca se mata a la amadísima esposa).
La violencia contra las mujeres no es nueva, pero esta circunstancia no resta responsabilidad a su abordaje en el momento actual. Todo lo contrario, la eleva porque es en esa dimensión histórica donde alcanza todo su significado y donde podemos encontrar las claves para su solución. El problema no está en si los autores visten túnica, capa o pantalones, sino en cuáles son los objetivos y la motivación de esas conductas y qué los sustenta para que hayan podido permanecer en el tiempo a pesar de la gravedad de su resultado.
Si nos aproximamos a lo que la sociedad española piensa sobre la violencia de género, quizá podamos entender mejor la situación. Según un estudio sociológico realizado por el Ministerio de Igualdad (junio de 2009), un 8,4% de la población piensa que la violencia contra las mujeres es inevitable o aceptable en algunas circunstancias, un 5% que hay agresiones justificadas, un 36,5% que la culpa es de las mujeres por prolongar la convivencia con el agresor, más de un 60% que la violencia se debe al alcohol, a problemas psicológicos o que se da en niveles culturales bajos, y un 10% considera que el hombre agresivo resulta más atractivo. De alguna manera, los estudios reflejan que aún existen elementos suficientes para hacer del recurso a la violencia una posibilidad, que después será integrada sobre las referencias culturales que la presentan como algo inevitable, justificable, aceptable o producto de interferencias externas, cuando no de la propia mujer.
El día 25 de noviembre es un día para llamar la atención sobre esta realidad: la de la violencia visible y la de sus causas ocultas; un día para hacer del debate conciencia, y de la conciencia acción, pues sólo el conocimiento y la crítica que despierte podrán cambiar las causas que acabaron con la vida de Hipatia en el año 415, las mismas que hoy, en pleno siglo XXI, lo hacen con la de tantas mujeres.
Si tras la muerte de la filósofa de Alejandría se hubiera conmemorado un día anual para buscar la participación decidida de la sociedad en el cambio del marco de las relaciones sociales entre hombres y mujeres, habríamos celebrado 1.593 días, que habrían supuesto casi cuatro años y medio de reflexión. Sin duda muy poco en los más de 15 siglos transcurridos para detener la inercia de un tiempo que empuja con la decisión de quienes quieren perpetuar la situación. Por eso hoy tenemos un día para la conmemoración y 364 para la acción. Hay que quitarle tiempo al tiempo cuando ha sido la Historia quien ha secuestrado a la igualdad.
(Gracias G.)
Miguel Lorente Acosta es delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
El Mundo, 25 de noviembre de 2009
Fuente: Fundación José Saramago
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Gracias por abrazar la verdad