(por Xabier Akerman)
Con el paso de los años utilizo más cada día el análisis personal. Este acto diario, que suelo realizar antes de acostarme por la noche o después de mi sesión matinal de meditación, ha sido para mi una herramienta muy importante de cambio. Ha puesto delante de mis ojos los defectos que debo cambiar y ha dotado a mi conciencia de una dimensión ética más precisa, al sensibilizarme con la responsabilidad que existe en cada acto de mi vida al interactuar con los demás. No se trata de una forma de autocastigo, en absoluto, es sencillamente una forma de sentirte mejor contigo mismo y reconocer que nuestra naturaleza humana es algo más que comer, trabajar, procrear, criticar, envidiar y dormir. Nos hacemos más humanos cuando levantamos la vista de nuestro ombligo para mirar a los demás a los ojos y tratamos de corregir las pequeñas o grandes heridas que hayamos podido infligir, consciente o inconscientemente. Ejemplos hay muchos en nuestro entorno: Esa mala palabra al vecino; ese acto de ira irrefrenable; esas ganas de "cotillear" de otros; ese impulso por destruir la reputación de determinadas personas; las ansias de subir por encima de los demás sin importar los medios; la envidia, el resentimiento, el egoísmo, los apegos materiales...
He aprendido a corregir errores también gracias a la crítica hiriente de los "enemigos". Ahora me duele más cuando soy consciente de algún error o acto que puede haber hecho daño a alguien. Y reflexiono internamente y "pido perdón" en silencio, al mismo tiempo que me hago la firme intención de reparar el daño producido. A veces es algo tan sencillo como una llamada telefónica, o simplemente no volver a cometer la acción que ha desencadenado el mal cometido. Porque... ¿qué ganamos regocijándonos en el dolor ajeno? Todas nuestras acciones, todas, son interdependientes; no hay acciones aisladas. Me he dado cuenta de la enorme responsabilidad que late en cada acción y en cada paso que doy en la vida. Una palabra mal dicha, una injuria vertida no solo ocasiona un perjuicio enorme a la persona que la recibe. Esa persona tiene familia, hijos, gente que depende de él y, con toda seguridad, también tiene sus "cosas buenas", sus virtudes. Nuestro ánimo por perjudicarle puede interferir gravemente en su estado de ánimo y desencadenar un "efecto mariposa" en cascada gravísimo del que, en última instancia, yo he sido el responsable. ¿Cómo es eso? Pues mi reproche o insulto, por ejemplo, al condicionar su estado emocional, lo puede hacer más vulnerable y que no preste tanta atención al tráfico mientras conduce, porque está "dándole vueltas" a lo que le he dicho. Y de pronto, en un trágico despiste, se empotra contra otro coche o arrolla a un transeúnte y el caos se desata de forma infernal. Y todo comenzó probablemente con esas palabras maledicientes que tu, yo o cualquier otro le hemos dicho.
Nadie es perfecto pero todos podemos aspirar a ser mejores personas. Debemos reflexionar sobre las implicaciones que nuestros actos tienen. Porque al igual que la ira, la envidia o las ganas de hacer daño pueden ser el germen de una desgracia, una buena palabra, una sonrisa, un abrazo o simplemente refrenar un impulso negativo puede ser una acción que salve una vida. Nada nos hace más grandes que reconocer lo pequeños que somos en este inmenso Universo. Alimentar el ego con la ira solo traerá lo mismo a nuestras vidas. El veneno del odio es la mayor fuerza destructiva de la humanidad. Empecemos por nosotros mismos. Cada día. Un análisis de los actos del día seguido de un propósito de cambio. Los resultados pueden ser maravillosos. Piensa como te sientes cuando te hacen el daño a ti y recuerda que cuando llegue el momento de tu muerte, cuando te encuentres a solas contigo mismo, la conciencia de tus actos será tu única compañía en esos momentos.
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Gracias por abrazar la verdad