Cuando era chica, existía una canción que me gustaba mucho, aunque no entendía bien por qué y tampoco importaba. Yo la cantaba …“No crezca mi niño, no crezca jamás, los grandes al mundo le hacen mucho mal. El hombre ambiciona cada día más y pierde su tiempo por querer volar. Vuele bajo porque abajo, está la verdad. Esto es algo que los hombres no aprenden jamás”….
Los invito sólo mientras dure este artículo, a bajar su mirada, a descubrir nuevamente el suelo donde pisamos.
¿Logran ver a personas de pequeña estatura?, sí, esas que muchas veces empujamos o golpeamos con nuestros bolsos o maletines cuando caminamos apurados por la calle, esas a las que accidentalmente quemamos con brasa de nuestro cigarrillo en una vereda abarrotada de transeúntes, porque con tanto apuro, no tenemos tiempo de levantar la mano y evitarles la lesión, (¿o lección?).
Esas a las que tampoco les pedimos disculpas, porque tenemos cosas muy importantes que hacer, y después de todo, son niños.
Sé que muchos de nosotros para “nuestros niños” no escatimamos en tiempo y dedicación además de protegerlos con costosos accesorios de seguridad, intercomunicadores, alimentos y productos naturales, educación, esparcimiento y deportes, seguros de salud y de estudio.
Los invito sólo mientras dure este artículo a arrodillarse frente a ellos, a nuestros niños y a los otros niños, mirarlos profundamente a los ojos tratando de comunicarnos y escuchar lo que tienen que decir.
Los adultos podemos ser muy temerosos, pues solemos necesitar tener el control total de todos los riesgos y que nada nos sorprenda, pero les pido que lo intenten, tal vez haciéndolo obtengamos la sorpresa que nos resucite como seres humanos, espirituales y trascendentes.
Mientras tanto, quiero contarles brevemente qué hacemos en tanto sociedad y Estado por el bien de todos los niños y niñas en nuestro país.
Continuar leyendo el artículo en la publicación original: Revista Meudon
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Gracias por abrazar la verdad